Mi madrastra me cachondea y me la follo en cuarentena
Tantos días encerrados lo cambian a uno, Mary y su hijo adolescente lo temían. El muchacho, llamado Mario en honor a ella, era casi un hombre completo, por su afición al ejercicio era atlético y ella todavía gozaba del cuerpo que desarrolló en la juventud. La ausencia del jefe de familia se debía a que como médico debía enfrentar la pandemia y aislarse de su familia. María no sabía cómo más combatir el tedio, y un día observó muy bien a su hijo, sus instintos no soportaron la presión y entonces decidió darle rienda suelta a la naturaleza. Esa mañana se vistió una bata traslúcida y aprovechó un momento en que su hijo salía del cuarto de ejercicio, para pedirle que entrara en la alcoba con ella. Le puso de pretexto que buscaba algo, para empinarse delante de él y mostrarle sus torneadas y redondas nalgas, su panocha rosadita y sus piernas abiertas y boca abajo. ¡Mamá! Le gritó Mario, pero ella le dijo: mamacita para ti, le besó en la boca y le puso su mano en la panocha. Mario no aguantó y manoseó a su madre, siempre había admirado su bello cuerpo y qué mejor que cogerse a la autora de sus días, le chupó las tetas mientras ella le jalaba la verga. En poco rato ya estaban cogiendo, él encima de ella, ella abierta de piernas, su panocha peluda era penetrada fieramente por su hijo, que se apoyaba en sus tetas mientras la cogía. Ambos gozaban como nunca, Mario sudaba profusamente mientras que su madre gemía placentera, y le decía ¡Más duro, cógeme, métemela mááás! ¡Dame tu riata, soy tu puta! Él sólo se excitaba más y llenó a su mamá de lechita, caliente y espesa.