Gorda caliente cocina y se desnuda
Cocinar es un placer y Gladis siempre lo ha visto así, su cuerpo siempre le pareció como el principio y el destino del placer, ya fuera la comida o el sexo. Por eso le gustaba cocinar y en ocasiones se despojaba de sus ropas, para imaginarse que de repente un hombre entraría por la puerta de la cocina, listo para comer sus delicias y comérsela a ella. Su cuerpo necesitaría de una enorme polla, tanto para poder hacer una especie de hotdog con sus tetas envolviendo la verga que le presentaran, como para sentir cómo la penetraban ya fuera en la panocha o se la dejaran ir por el culo. Para eso ella había entrenado con el rodillo de amasar, con pepinos, plátanos, berenjenas y hasta botellas, que complacientemente se metía por sus orificios, que al paso del tiempo se habían acostumbrado al ejercicio con los dedos y que se fue extendiendo hasta convertirse en una práctica común, la de poder abrir si concha o su culo para poder acomodar plácidamente lo que se le fuera a meter. Chupaba botellas pensando que eran las pollas de los negros, de más de diez pulgadas, erguidas y listas para desgarrar si fuera necesario con tal de penetrar y darle lo que se merecía, una penetradota con dolor y placer al mismo tiempo. A veces se quedaba durante horas con el plug anal para desarrollar la apertura necesaria en caso de que un amante llegase y la quisiera empalar con una enorme verga, tan gruesa y ancha que una vez dentro lo mejor sería que se viniera allí para que al salir, estuviera más flácida y no le fuera a partir la dona